ÉXODO 152

E C OMO casi todos los avances humanos, el compromiso y la lucha por el derecho a morir con sentido, a una muerte digna y buena, ha tenido que abrirse camino contra duras y a veces feroces resistencias. Es verdad que ese derecho a la denominada eutanasia es especial- mente delicado porque en él está en juego la vida y la muerte. Pero justamente por lo mismo, por- que está en juego en él la vida y la muerte, es un derecho sumamente decisivo. Y por esa razón hay una larga historia de mujeres y hombres que han comprometido su vida por el reconocimiento de ese derecho. Una historia de mujeres y hombres que han sabido muy intensa y dolorosamente por qué derecho luchaban, pues una mayoría de ellas y ellos lo han experimentado en sus propias carnes, en sus cuerpos, teniendo que “marchar”, al fin, sin que les concedieran el alivio de una muerte con sentido, digna, buena, incluso feliz, como la reivindica en nuestros días el reconocido teólogo católico Hans Küng. Por eso, ahora que parece llegado el momento para el reconocimiento de ese derecho, es de jus- ticia hacer memoria de su compromiso y expresar la impagable gratitud que la humanidad les debe por ello. Valgan tan solo unos cuantos nombres para cumplir este importante deber de memoria y gratitud: Pionero fue el de todos conocido doctor Luis Mon- tes desde el servicio de anestesia y reanimación en el hospital Severo Ochoa de Leganés. Como pionero tuvo que soportar la feroz y vergonzosa embestida de los fanáticos de turno, que carecen de sensibilidad para el sufrimiento de los demás y del mínimo sentido para la verdad. Pero él se mantuvo hasta el final acompañando a los pacien- tes a una buena muerte. Pionero fue también Ramón Sampedro, aquejado de tetraplejia desde los 25 años, en la lucha por el efectivo reconocimiento del denominado “sui- cidio asistido”, con una lúcida conciencia del mo- mento cumplido de su muerte, como pone de re- lieve Diego Gracia en su breve pero penetrante artículo desde la filosofía y la Bioética, que publi- camos en este mismo número en la sección “En la brecha”, y compartiendo responsablemente con su compañera el peso de la ley existente, las con- secuencias de su determinada voluntad de morir. Merece también traer a la memoria el caso de An- drea , la niña de 12 años con una enfermedad ter- minal, cuyos padres asumieron también, en 2015, retirarle la alimentación que la sostenía. Un caso bajo el signo del sufrimiento de los inocentes, de la piedad y de la discreción. EDITORIAL Por una muerte con sentido

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