ÉXODO 154

E C ONFIESO que he vivido largamente, y que siendo aún un niño ya firmaba Rufino Velasco CMF, Cordis Mariae Filius, la marca registrada de la congrega- ción claretiana, para luego, al cabo de los años, ampliar horizontes hacia un estilo laico impregnado, decían sotto voce mis colegas, de los secos modales y los aires templados a los que habría que añadir el repertorio, corto, de vicios y virtudes que, al parecer, retratan a un castellano viejo. Confieso que he tratado de servir a cora- zón abierto allí donde estuviera, empeñado más que nada en trabajar conceptos teo- lógicos que más adelante enunciaré, y con- fieso asimismo que, sin salir de mi asom- bro, como una fibra al borde de la música o la palabra al borde del silencio, mi exis- tencia tembló muy a menudo al borde de mis versos. Confieso, ya lo he dicho, que ejercí de teó- logo. Escritos, reflexiones, clases en la aca- demia, diálogos, lo típico, ya sabes, hasta hilvanar, al cabo, y disculpa el remedo del lenguaje kantiano, los puntos cardinales de una eclesiología práctica, evangélica, fundamental, nada dogmática, en la estela de aquel providencial Juan XXIII, bendito sea, que convocó un concilio a fin de res- ponder a la pregunta 'Iglesia de Dios, ¿qué dices de ti misma?', y el concilio, atendien- do a esa interpelación del buen Papa Ron- calli, vinculó su respuesta con estas con- diciones, a saber: la exigencia de una reforma interna de la Iglesia, la apertura a la unión de todos los cristianos y una apuesta decidida por la presencia profética de la Iglesia en el mundo. Tras resistencias varias que no vienen al caso, empeñé po- tencias y sentidos en pensar, divulgar y en llevar a la práctica el modelo de Iglesia que alentaban los aires conciliares, el modelo de una iglesia horizontal, una Iglesia, comu- nidad de comunidades, más participativa que jerárquica, alejada de aquella conside- ración de sociedad perfecta, una Iglesia de bases, donde todos los miembros se reco- nocen portadores del mismo espíritu, se re- lacionan con vínculos de fraternidad, for- man el nuevo pueblo de Dios, compuesto por mujeres y hombres que, ejerciendo el sacerdocio común de los creyentes, lo des- pliegan en ministerios y servicios varios. Que sean otros quienes desarrollen en las páginas que siguen los pilares de esa Ecle- siología práctica. Por mi parte, mantuve co- mo enseña estas dos convicciones: que el EDITORIAL Confieso que he vivido largamente

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