ÉXODO 153

es considerado ‘cosa buena’ por algunos y ‘cosa vil’ por otros, si bien todos los seres vivientes tienen su dosis de poder igual y diferenciada. En la religión, cuyo poder es tenido generalmente por bueno, hay como una delegación de nuestro po- der a un Poder Mayor al que simbólica- mente nos sometemos sin percibir su relación con el poder político vigente y con diversas formas de dominación cul- tural. Al pensar en el poder, pensamos también en la multitud de abandonados, de los sin derechos, de los sin ciudadanía re- conocida que se afanan por mantener una sobrevivencia corporal mínima. Su poder se ve reducido a andar erráticos en busca de alimento y abrigo contra las intemperies de la vida y la violencia cruel de los sistemas que mantenemos. Este ‘poder’ y ‘no poder’ están ahí, en todos los lugares, y necesitaría un tra- tamiento especial para comprender me- jor ese increíble poder de sobrevivir. ‘Poder’ es igualmente la habilidad política y social de imponer la propia voluntad a los demás. En esta perspectiva existen también diversos tipos de poder: el poder social, el poder económico, el poder mi- litar, el poder político, el poder religioso, entre otras muchas formas, ejerciendo todos ellos siempre, a lo que se ve, for- mas de presión, limitaciones, permisiones y prohibiciones invocando el ‘bien co- mún’. El poder político, cuando es reconocido como legítimo y sancionado como man- tenedor del orden establecido, coincide con la autoridad que lo detenta. Sim em- bargo, en la mayoría de las veces se dis- tancia del bien de la colectividad, como en los regímenes dictatoriales o de ex- cepción o en la forma actual de capita- lismo financiero donde los intereses em- presariales dirigen la llamada ‘política para todos’. El poder religioso, por su parte, se fun- damenta en un poder mayor, ilimitado, infinito que aparentemente o simbólica- mente lo transciende y justifica. Puede ser atribuido a Dios en los monoteísmos o a divinidades de la naturaleza o a libros sagrados o a diversas tradiciones reli- giosas que sustentan, según algunos, una autoridad especial individual en la con- ducción de la comunidad de creyentes. Con todo, la forma histórica de ese poder sobre todo en occidente fue y es patriar- cal jerárquica, blanca y masculina, prin- cipalmente en los monoteísmos. Se trata de un poder cuya cara social revela ya sus propios límites en las formas de re- presentación, por más que se presente como absolutamente justo y bueno. En el caso particular del Cristianismo lati- no-americano especialmente en su ex- presión católica, ese poder no ha permi- tido ni permite todavía la igualdad en las decisiones ni los cambios en la forma de explicitar y vivenciar la fe religiosa. La preocupación por mantener un poder di- vino de representación masculina como si fuese una ‘revelación eterna’ del mis- 30 A FONDO el poder religioso se fundamenta en un poder mayor, ilimitado, infinito que simbólicamente lo transciende y justifica

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