ÉXODO 146

E N O podríamos pasar de lado ante lo que está siendo en estos días motivo de crispación en el país. Nos referimos al anuncio hecho por el Gobierno, previa aprobación del Parlamento, de la exhumación de los restos del dictador Franco de su encumbrado sepulcro en el Valle de los Caídos. La amenaza posterior de su posible traslado a la cripta de la Almudena en el centro de Madrid ha levantado olas de protesta que, ante el incomprensible silencio de la Iglesia, ha sacado a las calles de la capital a mi- les de personas, dispuestas a impedir semejante hu- millación pública. A pocas personas en España le está dejando indife- rente este asunto. Para un sector minoritario, nos- tálgico de las victorias guerreras del pasado y muy a gusto con la paz impuesta por el silenciamiento del enemigo, hay que dejar las cosas como están, por- que la apertura de la fosa va “a abrir las heridas de una contienda que ya tenemos olvidada”. Es la injus- tificada respuesta que han dado siempre quienes, desde la muerte del dictador genocida, se han man- tenido fervorosamente pegados al poder y sus ale- daños. Para el sector mayoritario, que ya no ha conocido la guerra pero sí sus consecuencias amargas, este ges- to no debería representar más que el primer paso de un camino que está obligada a recorrer una socie- dad –que por miedo, comodidad o por olvido se ha mantenido en silencio durante 40 años– para poder reconciliarse consigo misma y su reciente pasado. Limpiar la propia historia de sus inhumanidades y vergüenzas es una condición necesaria para poder vivir con honestidad el presente y encarar con liber- tad el futuro. Y, en este esfuerzo por blanquear la historia pasada, el golpe militar del 1936 contra la Re- pública y el genocidio de los oprobiosos años de dic- tadura representan manchones demasiado fuertes que siguen proyectando su macabra sombra sobre nuestros días. Pero con ser importante esta noticia sobre la suerte futura del dictador, no es de menor calibre –aunque con menos presencia mediática– esta apuesta que in- directamente se está dando a la sociedad. Nos refe- rimos a la otra cara de la moneda. Al final, y después de tantas falacias y patrañas producidas para ocultar la historia verdadera, se va a poder oír abiertamente en nuestras plazas el grito desgarrador de las vícti- mas. Un grito –sepultado ante las tapias de los ce- menterios o en las cunetas de las carreteras– siem- pre silenciado por los poderes políticos y religiosos que han mandado en este país. Por más que lo pre- tenda, ningún pueblo puede ignorar para siempre su historia, la lleva pegada como la sombra al cuerpo. Y, por más que se las quiera ocultar, la memoria y la verdad de la historia esperan siempre el momento oportuno para salir a flote. La tragedia ha querido unir tan indisolublemente al victimario y a las víctimas que no sería posible cono- cer el perfil exacto del primero, sin la presencia de las segundas. Desde Éxodo saludamos como buena noticia la exhumación del dictador y no podemos ocultar la alegría que nos produce el camino que se abre para el reconocimiento de la verdad, la justicia y la reparación de las Víctimas. EDITORIAL Memoria, justicia y reparación

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