ÉXODO 126

E S e dice que la corrupción es tan antigua como la humanidad. Y es cierto. Pero también es verdad que hay momentos en los que la corrupción se muestra más co- rrosiva. Y este que estamos atravesando pa- rece justamente uno de ellos. El pillo y el cacique, desde siempre —como nos enseña la literatura—, han sido, igual que el muérdago pegado al árbol, inseparables parásitos de la buena sociedad española. Pe- ro con la crisis actual, omnipresente y cróni- ca, su presencia está siendo explosiva. Tam- poco supone un consuelo saber que el fenómeno de la corrupción está expandido, como mancha de aceite, sobre todo el ancho mundo. Particularmente, la corrupción de aquí está haciendo una España vergonzante, delictiva y miserable. La corrupción ha superado ya casi todas las lí- neas rojas. Para el 63,9% de las respuestas del último CIS del 2014, es el mayor problema en España. Aunque aparece habitualmente más ligada a la banca, a la financiación de los partidos políticos y al negocio de la construc- ción, lo cierto es que, desde la monarquía ha- cia abajo, las prácticas corruptas están pre- sentes en todas las instituciones del Estado y hasta en las mismas iglesias. Y se mueve há- bilmente en ambientes como el soborno, la malversación de fondos públicos, el robo, el fraude, el impago de impuestos, la extorsión, el favoritismo y el nepotismo. Tampoco el com- portamiento moral de la sociedad en su con- junto se libra de este azote que pervierte los valores comunes y convierte la articulación so- ciopolítica, la democracia, en una farsa. No se puede sino estar de acuerdo con el jui- cio que hace la ONU sobre esta lacra: “La co- rrupción es una plaga insidiosa que tiene una amplia gama de efectos corrosivos en las so- ciedades. Socava la democracia y el estado de derecho, conduce a la violación de los dere- chos humanos, pervierte los mercados, ero- siona la calidad de vida y fomenta el crimen organizado, el terrorismo y otras amenazas contra la seguridad” (Convención de Naciones Unidas contra la corrupción, 2004). Desde Éxodo, sumamos nuestras voces a la in- dignación general ante la corrupción y grita- mos: ¡Basta ya! Estamos decididos y decididas a no permitir que las manzanas podridas nos arruinen toda la cosecha. La regeneración moral que necesitamos solo podrá llegar por caminos como los siguientes: la educación de la ciudadanía en valores (entre los que desta- can el aprecio y el respeto a las personas) y la decidida entrega de los corruptos y corrup- tas en manos de la justicia. Asegurando pre- viamente que la aplicación de la justicia sea también justa. EDITORIAL

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