ÉXODO 124

66 como Willy Meyer, Julián Hidalgo, Je- sús Rodríguez, Chato Galante, Paco Lobatón, Felisa Echegoyen y Roser Rius Camps, Alfredo Rodríguez, Ma- nuel Blanco Chivete, etc. Su memoria pone en sordina la ejemplaridad de una Transición que no fue en esto precisamente modélica, y deja, sobre todo, en muy mal lugar la injusta y desafortunada amnistía del 1977, he- cha desde la insensibilidad del poder y su desprecio a una parte muy sig- nificativa de la ciudadanía española. Es muy significativo al respecto el “reciclaje e impunidad” del que han gozado los mayores torturadores materiales vinculados a esa “casa de los horrores”. Mario Amorós trae a escena por el inhumano papel des- empeñado por estos victimarios, en- tre otros menos conocidos, a Satur- nino Yagüe (comisario ya fallecido), a Roberto Conesa (“el superagente” implicado en la detención de las “Trece Rosas” y en la sucia lucha pos- terior contra el GRAPO), a Manuel Ballesteros (uno de los “más despia- dados agentes”, posteriormente con- denado varias veces por su lucha su- cia contra ETA), a José Sainz Gon- zález (investigador policial que acabó siendo director general de la Policía Nacional); y, sobre todo, Juan Anto- nio González Pacheco (Billy el Ni- ño), que se consideraba a sí mismo como el “pistolero de Far West” (70) y que, según todos los testimonios, “disfrutaba torturando a los deteni- dos“ (73); “Billy es, a juicio de Enri- que Aguilar Benítez, catedrático de filosofía, un sádico, un excelente po- licía para la dictadura” (94). Leyendo estos relatos de tortura y reflexionando sobre los argumen- tos y razones que utilizaban los tor- turadores para justificar sus prácti- cas inhumanas, no puedo evitar la repugnancia que me provoca “esa mezcla de odio, crueldad y sadismo” con que actúan (45), el “disfrute en la humillación y la tortura” (49), y, sobre todo, la forma cómo “borda- ban su trabajo” sucio porque “esta- ban convencidos de que era lo que les pedían sus jefes”. Me viene a la memoria la “banalidad del mal” con que califica Hannah Arent estas con- ductas expresamente educadas para obedecer ciegamente la ley y seguir órdenes superiores sin preguntarse nunca por la moralidad ni las con- secuencias de las mismas. El tercer escenario, que Amorós titula “hacia el fin de la impunidad”, se inicia con el poema “Siempre” de Pablo Neruda (“Un día de justicia conquistado en la lucha”) y se cierra con el convencimiento expresado por los componentes de la CEAQUA an- te el fiscal jefe de la Audiencia Na- cional, Javier Zaragoza: “Queremos juzgar la dictadura, no estamos ha- blando de los casos concretos de dos personas (Jesús Muñecas Aguilar y Billy el Niño, para quienes se solici- tó la extradición en septiembre de 2013). Pronto tendrán más solicitu- des de extradición, y luego más, y más. Desde octubre en todo consu- lado argentino en cualquier país una persona puede denunciar crímenes del franquismo y a un criminal con- creto. Es un proceso que no lo van a poder parar” (98). Cada día que pasa se me va im- poniendo con mayor fuerza la ima- gen de una sociedad, en la que vivo, fundamentalmente buena y escru- pulosamente respetuosa con viejas leyes y malas tradiciones. Como los nenúfares sobre el impasible cristal del lago, emergen en ella, predomi- nantemente, aquellas personas que saben rodearse de un clima apro- piado, es decir, los pícaros, los caci- ques y los perversos. Y estos tam- bién hunden cínicamente sus raíces hasta la profundidad del lago para chupar las bondades de una socie- dad demasiado obediente y sumisa. ¿Hasta cuándo? ACTUALIDAD LIBROS

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